Segunda entrega. Continúa la aventura.

—Si escucháis con atención este pequeño relato, sabréis lo que tendréis que hacer al filo de la media noche cuando llegue el peligro.

                                      ***

Hace ya muchos pero que muchos años y en este mismo molino, sucedió algo terrible. Un niño y una niña se habían aventurado solos por el bosque (Saúl y Jimena habían salido en busca de una de sus aventuras con nosotros los gorleños). Era el día de la Luna de Agosto de aquel año. Se perdieron, y cuando la tarde estaba a punto de dejar paso a la noche vieron la cabaña del molino. La puerta estaba abierta. En su interior había tres camastros, los mismos que habéis visto hoy. Tras la puerta una mesa, una silla y un candelabro con una vela; a su lado, una caja de cerillas. Se sentaron y se dispusieron a encender la vela. Al abrir la caja se percataron de que en su interior solamente había una cerilla. El temor de que se apagara sin llegar a encender la vela les hizo dudar, así que prefirieron quedar de momento a oscuras; si precisaban la luz, ya la encenderían más tarde. Se echaron en uno de los camastros y se quedaron dormidos.

Al filo de las doce… aullidos lastimeros, terribles rugidos de fieras enzarzadas en una cruel batalla y los pasos lentos de una terrible bestia que se acercaba a la puerta de la cabaña los hicieron despertar. Saúl se levantó del camastro y se dirigió hacia la mesa; quería encender la vela, la luz les haría sentirse más protegidos. Sacó la cerilla de la caja y por segunda vez dudó. <<¿Si no se enciende?>> De todas formas no intentarlo no era la solución. Sin luz ya estaban, así que encender la cerilla era lo más sensato. El molino estaba totalmente a oscuras, solamente un pequeño haz de luz traspasaba el sucio cristal de la puerta. La caja en su mano izquierda, la cerilla en la derecha y en su mente la decisión tomada. En el preciso instante en que se disponía a rascar la cerilla… un ruido: alguien o algo rascaba el cristal de la puerta. Frenó su mano. <>, pensó el muchacho. Su mirada fija en la puerta, no se veía nada ni a nadie.          Paralizado por el miedo deseó ser una estatua o una pieza del mobiliario de aquel viejo molino, no importaba el qué, algo que le hiciera invisible. La puerta se abrió lentamente, la sombra que se dibujaba en el suelo hacía adivinar que tras ella se escondía una terrible bestia. El terror le produjo un espasmo que recorrió todo su cuerpo, su mano tembló violentamente rascando el fósforo, la cerilla se encendió y la sombra con la luz de esta desapareció. Encendió la vela y, gracias a su luz, las bestias de la noche no se atrevieron a entrar. Los niños se salvaron gracias a la luz de aquella vela y sobre todo, gracias a que la única cerilla que había se encendió. Nunca se supo cuál de las terribles bestias del bosque se había acercado a su puerta pero… se  dice que cada Luna de Agosto esa bestia vaga errante por todos los molinos de la zona en espera de sorprender al niño que no se atreva a encender la cerilla.     

                                     

***

—¿Alguno de vosotros ha traído un mechero? —les preguntó el gorleño en un tono entre burlón y misterioso—. ¿O quizás… una caja de cerillas?

—¡Puf! Yo no duermo en ese molino ni en broma —dijo Nacho.

—¡Pues anda que yo! Sin fuego ni lo sueñes —afirmé.

—¿Qué pasa, que ninguno hemos traído fuego? Lo que nos faltaba… —concluyó Jorge.

—¿No se os ha ocurrido pensar —nos indicó el gorleño— que quizás, y sólo quizás, algún excursionista pudo dejar un mechero en la cabaña? O… ¿una caja de cerillas?

Los tres salimos corriendo hacia la cabaña del molino. 
 

Para continuar leyendo... Un "me gusta" en la entada de facebook es suficiente.