quinta entrega: El gran árbol.

Una de ellas se acercó a la puerta y comenzó a chillar, nos había descubierto. Sin pensarlo, los tres nos levantamos y cogimos la caja de cerillas. Nacho la sacó de la caja y la encendió. Jorge intentaba sacar la mecha de la vela que, al estar tan gastada se había quedado enterrada entre la cera. La cerilla se consumía y no conseguíamos liberar la mecha. La fiera miraba a través de la puerta pero no intentaba entrar, mientras la cerilla no se apagara…

La mecha estaba preparada cuando a Nacho la llama de la cerilla le quemó los dedos. Su reacción fue soltarla y esta cayó al suelo apagándose. La fiera abrió la puerta. Los tres habíamos saltado para refugiarnos en una esquina de la cabaña. Estábamos perdidos. Un inmenso árbol cayó encima de la fiera aplastándola y bloqueando la entrada. ¿El peligro había pasado? No. Por el agujero que con su pata había hecho la gran bestia, asomó un largo brazo y, en su extremo, una terrible garra lanzaba zarpazos al aire intentando atrapar a su presa. Las tejas se comenzaron a mover y se podían ver seres poseídos por un frenético deseo. Trabajaban a toda prisa apartando las tejas y las maderas que cubrían el tejado. Esta vez ya era imposible escapar, la salida estaba totalmente tapada por el gran árbol que se había derrumbado y no había ninguna ventana ni hueco por el que huir. Cuando ya nos veíamos en el altar de la hoguera, un estruendoso golpe nos alarmó. Las ramas del gran árbol barrieron de una sola pasada a todas las fieras que se encontraban en el tejado. Nos habían librado, por el momento, de aquella muerte segura. 

Toda la cabaña estaba destrozada: tejas y trozos de madera del tejado cubrían el suelo y los camastros. Mirando hacia el techo de la cabaña pudimos ver cómo las  ramas que habían barrido a las fieras, se entrelazaban formando una malla muy resistente que cubría todo el tejado. Las fieras pretendían entrar pero fue inútil, las ramas entrelazadas eran tan resistentes que ni la fiera que había portado al oso lo consiguió.

Un gorleño había sacrificado a su árbol para salvarnos la vida y antes de morir había entrelazado sus ramas para cerrar el tejado. Pensando en lo que había hecho me puse muy triste. Sabía que los gorleños mueren a la vez que su árbol y este había dado su vida para salvar la nuestra.

Hasta las cuatro de la madrugada duró el asedio de las fieras. Nacho, Jorge y yo, al poco rato, agotados nos quedamos dormidos, acurrucados en el mismo rincón en el que nos habíamos refugiado.

El primer rayo de sol que entró por el tejado de la cabaña despertó a Jorge, que nos llamó muy contento.

—¡Mirad, mirad, ya es de día! ¡Las fieras se han ido, hemos vencido y las ramas del tejado se han secado y separado lo suficiente como para poder salir!

Era un día radiante, el sol iluminaba todo el bosque. Alrededor de la cabaña se habían agrupado un montón de animales de todas las razas y colores. También habían venido los duendes, los elfos y las hadas del bosque que revoloteaban por todas partes felices y contentas. Los gorleños de los árboles cercanos nos saludaban. El gran gorleño que nos había recibido al llegar, el que nos había contado la leyenda que existía sobre aquel molino, no estaba. Al instante nos dimos cuenta de que su árbol era el que nos había salvado la vida y que él había sacrificado la suya no solamente por salvar a tres cachorros de humano, sino que lo había hecho también por librar al bosque de Peloño de la maldición que sobre él pesaba. Con su acto había conseguido que el dios del mal mandara a las profundidades de la tierra a todas las fieras y espíritus malignos que asolaban el bosque todas las noches. Desde este día nunca más ningún humano ni ninguna criatura del bosque pasaría más miedo ni se tendría que refugiar de la noche. Su sacrificio… había valido la pena.

En el bosque hay un gran árbol que los humanos llamamos “el Roblón”. Este fue elegido por todos los habitantes del bosque para ser el estandarte que recordaría a las generaciones venideras al gran gorleño de nombre “Soto” que había dado su vida para traer al bosque la paz y borrar para siempre la leyenda del dios del mal.

Se celebró una gran fiesta alrededor del gran roble de Peloño. A ella asistieron todos los animales del bosque, los gorleños, los elfos, las hadas y los duendes. Jorge, Nacho y yo también fuimos como invitados especiales. No podía quitarme de la cabeza la imagen del árbol caído, Soto nos había salvado la vida y traído la paz al bosque.

Me levanté y pedí a todos que guardaran silencio y pensaran en él. De pronto, se sintieron unos pasos que se acercaban. Todos miramos hacia la zona alta del sendero que conducía hasta el gran árbol. ¡¡Era Soto, estaba vivo y traía en sus brazos al oso que había sido sacrificado por las fieras hacía pocas horas!!

Todos nos quedamos expectantes. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible?

El gorleño se acercó al árbol, dejó al oso en el suelo y se dispuso a hablar:...

 

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