¿Queréis que os cuente por qué sois tan importantes los cachorrós de humano? Os contaré la historia de un niño llamado Alex.

Este niño se fue de excursión al monte con sus padres. Subieron y subieron monte arriba por una senda muy bonita desde la que se podía ver todo el valle. Siguieron adelante y Tras caminar un largo trecho por el medio de un bosque, llegaron a un campo en lo alto de una pequeña loma. Alejandro, que así se llamaba el niño, se puso a jugar mientras sus padres extendían una manta sobre la hierba, debajo del único árbol que había en aquella loma. Sacaron la comida y cuando todo estaba dispuesto, llamaron a Alejandro para comer. Alejandro y sus padres siempre que iban de monte, y después de comer, dormían una pequeña siesta. Aquel día, Alejandro no tenía ganas de dormir. Mientras sus padres descansaban se fue a dar una vuelta por el bosque. Entró en él por el mismo sendero por el que habían subido.  Le llamó la atención una pequeña ardilla que jugaba con una nuez. Se quedó quieto mirándola y al momento, la ardilla se acercó a él dejando la nuez delante de sus pies. La cogió y extrañado pensó: ¿La habrá dejado para que yo me la coma, o lo habrá hecho  para que juegue con ella? La ardilla salió corriendo y Alejandro tras ella. A cada rato se paraba pero antes de que Alejandro llegara junto a ella volvía a saltar apartándose de él. Aquel juego le resultaba muy divertido y siguió a la ardilla durante un largo rato adentrándose en el bosque, de pronto, la ardilla desapareció y Alejandro se dio cuenta de que se había adentrado demasiado en el bosque y se había perdido. Comenzó a gritar llamando a sus padres pero no recibía contestación. Cansado de tanto correr, se sentó apoyando su espalda en un gran árbol, al instante, una voz que parecía proceder de su interior le preguntó:

 

—¿Te has perdido, humano?

 

Alejandro de un salto se separó de aquel árbol y desde una distancia prudencial le contestó:

 

—Sí me he perdido pero  ¿Dónde estás? ¿Quién eres?

Un trozo del tronco de aquel árbol se separó, se dio  la vuelta y mirándole a los ojos le contestó:

Soy un gorleño, soy el guardián de los árboles de este bosque. Mi misión es protegerlos.

─¿Y de quién los proteges?─le preguntó el niño.

─Los protejo de los humanos pero no debes temerme ─le contestó─, yo nunca te haría daño. De la única forma que los gorleños podemos protegerlos ─le continuó diciendo─  es hablando con cachorros de humano como tú.

Alejandro no entendía nada y además estaba bastante asustado.

 

─No temas ─le tranquilizó el gorleño─ lo entenderás. Acompáñame y te lo enseñaré.

 

El gorleño le subió a su espalda y comenzó a saltar de árbol en árbol hasta llegar a una zona muy alta. Desde allí se veía un bosque muy grande donde los árboles no tenían hojas y sus troncos eran negros. Le preguntó por qué estaban así y él gorleño le contestó:

 

—Hace unos dos meses un grupo de humanos pasó por aquella zona, recogieron ramas secas para hacer una hoguera y calentar la comida. Una vez terminaron se fueron sin preocuparse de apagarla. Por la tarde, el viento sopló con fuerza esparciendo las cenizas y trocitos de madera que aún estaban encendidos. Todos los árboles de la zona comenzaron a arder y poco a poco el fuego se fue adueñando de todo el bosque.

El gorleño se quedó un momento en silencio. Le costaba seguir hablando porque la pena invadía su corazón.

 

—Los gorleños siempre protegemos a los árboles ─continuó diciendo─ y avisamos a nuestros amigos los animales de los peligros que les acechan. Muchos se salvaron gracias a nuestro aviso pero otros han muerto en el incendio. Los gorleños se abrazaban a sus árboles y lloraban con todas sus fuerzas, deseaban apagar las llamas con sus lágrimas pero era inútil, el fuego no se apagaba y siguió quemando hasta acabar con todo el bosque.

 

Los gorleños cuidan de los árboles de la misma forma en que otros cuidan de las plantas, los ríos, la mar o el viento. Hay una especie que cuida de cada cosa de las que son necesarias para el equilibrio de la naturaleza.

Se puso muy triste cuando le contó que todo este esfuerzo no servía para nada cuando aparecía el humano. Le dijo que hay muchos buenos que cuidan y respetan la naturaleza, pero que también hay otros que cortan o queman los árboles, contaminan las aguas y por estas cosas hacen mucho daño a la naturaleza.

 

Le contó que cuando un monte se quema, o es talado, en poco tiempo vuelve a renacer. Esto sucede porque los gorleños y los demás cuidadores han estado trabajando. Saben que merece la pena. Tienen la esperanza de que los cachorros de humano crezcan pensando en cuidar la naturaleza.

 

Los gorleños son muy inteligentes y por eso saben que no podemos cambiar nuestro modo de vida, pero sí que podemos cuidar la naturaleza para que no se deteriore más, e incluso podemos llegar a mejorar, y en mucho, la vida de los árboles, los animales y las plantas.

 

Le pidió que contara todo esto a todos los cachorros de humano que conociera.

 

—Si todos los cachorros sois capaces de entender lo importantes que sois para la protección de la naturaleza —le dijo—, todo nuestro trabajo habrá servido para algo.

 

Se hacía tarde y Alejandro quería llegar antes de que sus padres se dieran cuenta de que se había ido. El gorleño le subió a su espalda y  le llevó  hasta donde estaban sus padres le dejó en el suelo a la orilla del monte desde donde les podía ver tumbados en el suelo disfrutando de su siesta.

 

Para el gorleño aquel niño ya no era sólo un cachorro de humano, era como uno más de sus hijos, al que mandaba por el mundo a cumplir una importante misión. Alejandro también sentía hacia él y hacia todos los habitantes del bosque un cariño muy especial. Nunca más permitiría que nadie les hiciera daño.

 

 

 

Los gorleños, las hadas, los elfos, los trasgos, los duendes… todos existen. Todos nacen, cada amanecer, en los corazones de los niños.