cuarta entrega: El sacrificio.

—¿Habéis oído eso? —dijo Nacho.

—Sí. ¿Qué ha sido? —preguntó Jorge.

Quedamos en silencio. Las ramas de un árbol golpeaban el tejado de la cabaña, su sonido tapaba las pisadas que hacían restallar las  tejas y hundirse las vigas que las sujetaban. Algo o alguien caminaba por el tejado. Una enorme pata con garras afiladas apareció sobre nuestras cabezas. Nos quedamos quietos. Desapareció dejando un gran agujero a través del cual la luz de la luna descubría nuestras caras desencajadas por el terror.

Una hoguera se vislumbraba a través del cristal de la vieja puerta. Se comenzaron a oír chillidos salvajes de seres extraños que poco a poco iban tomando sitio alrededor de la fogata. Era casi media noche. Una sombra se interpuso entre la puerta y las fieras, separándose de la cabaña y acercándose a la hoguera. Era una criatura del bosque, la más grande y terrorífica de todas las que se reunían alrededor del fuego. Parecía ser la que oficiaría la ceremonia y se acercaba acarreando un gran oso que arrastraba tras de sí. Aquella bestia había pasado por encima de la cabaña destrozando en gran parte su tejado sin percatarse de nuestra presencia.

La hoguera formaba un círculo alrededor de un altar de piedra. Las bestias gritaban cánticos ceremoniales y representaban las escenas más cruentas que se pudieran imaginar. La gran bestia cogió al oso entre sus garras y lo depositó sobre el ara. Las fieras y todos los espíritus malignos del bosque se quedaron mudos, el viento cesó y todo el bosque quedó en absoluto silencio. El fuego se elevó como una gran columna envolviendo el altar. La gran llama comenzó a tomar forma hasta mostrar la imagen más terrorífica que uno pudiera imaginar. Su cuerpo se semejaba al de un gran dragón con grandes garras en sus patas y unos larguísimos brazos que alcanzaban las copas de los árboles. Su cabeza estaba coronada con un sinfín de cuernos de todos los tamaños y uno central larguísimo en el que insertaba a sus presas. Estaba realmente irritado. Sin duda era el dios del mal que tenía castigadas desde hacía muchísimos años a todas las fieras malignas del bosque. Al tocar con sus manos el cuerpo del oso rugió con furia y mirando hacia el cielo se dirigió a todas las bestias que esperaban su benevolencia.

—¡¡Un año más esperé por la sangre de un cachorro humano —les dijo— y una vez más me habéis defraudado!!

Su cólera era tal que la tierra temblaba y los árboles se retiraban caminando sobre sus raíces tratando de escapar de la ira de aquel ser diabólico.

—¡¡Antes del amanecer —les ordenó— me habéis de traer a un cachorro humano!! ¡¡Si no cumplís, os mandaré a las profundidades oscuras de la tierra de donde nunca más podréis salir!!

La terrible imagen desapareció fundiéndose en la misma hoguera de la que había surgido.

Las fieras se revolvían frenéticas, se alzaban sobre sus patas traseras estirando el cuello para poder percibir mejor los olores. No les importaba lo lejos que tuvieran que ir, tomarían el rumbo que su olfato les indicara. Estaban dispuestas a irrumpir si era preciso en algún recinto de humanos y robarles un cachorro mientras dormían. Esto lo tenían prohibido. Por su condición no podían salir del bosque.  Ya no les importaba, preferían morir a ser enterradas para siempre en las profundidades de la tierra.

Las fieras comenzaron a acercarse oliendo todo a su alrededor. Percibían algo pero no sabían bien de dónde venía aquel aroma a sangre de tierno humano. Una de ellas se acercó a la puerta y...
 

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